- ¡Cáspita! no tengo mi espada. -dije a la vez que ponía en funcionamiento mi mente.
- ¡Cisvirer, Cisvirer! -alzó la voz Juan, un campesino, que venía por un camino tirando de un carro por dos bueyes.
- ¿Que te pasa Juan? -le pregunté.
- ¿has perdido algo? -me preguntó con rin tin tín.
- ¿Como lo sabes?...
Mientras existan estos gestos viviremos con esperanza e ilusión.
Gracias a esta «Persona» anónima.
Javier M. J.